Hace un par de días, fui con un amigo a jugar maquinitas (sí, maquinitas ¿te vale madre, no?). Al salir del lugar nos quedamos platicando algún tiempo cerca de ahí. Unos minutos después de comenzar nuestra plática, una señora no muy vieja se nos acerca con cara de preocupación y al tiempo que nos muestra un celular nos dice que su hijo está enfermo y que no tiene dinero para la consulta médica ni para el tratamiento, que nos vende su celular por lo que trajéramos, que ella sólo necesitaba para la consulta y los medicamentos.
Mi primera reacción, casi como un reflejo, fue acercar la mano a mi bolsillo para asegurarme que mi cartera estuviera ahí y que la señora no fuera una distracción para ser cartereado. Lo siguiente que pensé fue que el teléfono era robado y que la señora pertenecía a una pequeña banda de asaltantes que querían efectivo para comprar alcohol o drogas. Lo tercero que pensé fue que en cuanto sacara el dinero de mi cartera (que por cierto traía nada más como $50.00) un tipo llegaría por detrás para apuñalarme en el hígado con el fin de llevarse el poco dinero que llevaba.
Finalmente reaccioné y le dije "no traigo dinero, perdón". Mi cuate, casi al mismo tiempo, le preguntó cuánto cuesta la consulta médica y la señora le respondió inmediatamente que $35.00 (hay un Dr. Simi cerca de donde estábamos). Él sacó $40.00 de su cartera y se los entregó a la señora, que respondió extendiéndole el teléfono a mi cuate y que él rechazó de manera cortés. Después de dos minutos en los que mi amigo me decía que "con la salud no se juega", pasó nuevamente la señora, a paso veloz, cargando a un niño de no más de un año envuelto en una cobija verde. Nuevamente le dio las gracias, esta vez sin detenerse y se perdió dentro del consultorio médico.
Viví 2.5 años en la Ciudad de México. Creí que había regresado sin muchos cambios a San Luis Potosí, pero veo con desilusión que no ha sido así. El vivir tanto tiempo en una ciudad tan agresiva me cambió. Me hizo desconfiar de la gente, me hizo inmune a sus necesidades más básicas. Vi a una señora a la que le faltaba poco para deshacerse en lágrimas sabedora de que la salud de su pequeño hijo estaba menguando y no hice nada más que preocuparme por pinches cincuenta pesos que traía en la cartera.
En el DF fui asaltado una vez caminando y una vez en un pesero chafa. Una vez se metieron a robar en el depa en el que vivía (afortunadamente no había nadie) y escuché incontables historias de cómo varios compañeros habían sido asaltados o robados o estafados. Todo eso me hizo ser una persona vigilante, desconfiada, que inventa toda clase de teorías paranóicas con tal de que la desconfianza sea justificable.
Tampoco puedo decir que antes de irme al Distrito Federal era una mejor persona y que hubiera ayudado a la señora. Pero creo que no hubiera sido indiferente ante su solicitud. Creo sinceramente que si no me hubiera ido la hubiera auxiliado. En efecto, la Ciudad de México me cambió. Esa es una de las cosas que no me gustaron de la capital del país. Muchas personas cuentan orgullosas - entre ellos mis propios padres - lo increíblemente atentos que son los chilangos cuando hay un terremoto y como se ayudaron unos a otros en el temblor del 85. Sin embargo, eso no me tocó verlo. Sólo mis compañeros en la maestría eran atentos y muy amables. El resto de la ciudad te ve con desconfianza. Si no te conocen, asumen que eres un peligro potencial. No eres un ciudadano, eres un posible delincuente.
La Ciudad de México es muy bonita. Tiene calles muy grandes, edificios muy altos, monumentos muy chidos, museos a granel, etc. Plazas, jardines, parques, todo eso que las grandes ciudades necesitan para ser chingonas entre sus pares. Sin embargo, dicen - y dicen bien - que lo único malo del DF es que está lleno de chilangos. ¿Y cómo lo niegas?
¿De qué sirve que tengas unas calles bien vergas si están llenas de vendedores ambulantes? ¿De qué sirve que tengas una plaza bien chida si está llena de basura? ¿De que sirve que tengas uno de los transportes más eficientes del mundo (el metro) si no le ceden el asiento a una viejita que no puede ni con su bastón?
La Ciudad de México tiene muchas cosas buenas, pero por cada cosa buena que tiene, aparecen dos malas. No me gustó que cada persona en la Ciudad cree que es más importante que el resto. No me gustó que cada persona en la Ciudad se aprovecharía de ti si le das la oportunidad. Y lo peor es que la misma ciudad te va formando de esa manera. No me gustó que hay cabrones que se van drogando en el metro y no pasa nada, pero si intentas tomar una fotografía los policías te caen como si fueras terrorista. No me gustó que haces tres horas para ir de una parte de la ciudad a otra, porque hay más pinches carros que familias y ni un cabrón te cede el paso.
Pero sobre todo, no me gustó el racismo. Si vienes de provincia, eres estiércol. Así de fácil. Para los capitalinos, los de provincia no sabemos nada, no aguantamos nada. Si nos quedamos viendo un edificio de un chilión de pisos nos acusan de nacos. Si nos asaltan, nos dicen que fue porque tenemos cara de pendejos y se nota a leguas que somos turistas. No importa lo que hagas, en la Ciudad de México siempre serán más cabrones que tú, porque estudiaron en una escuela del IPN o de la UNAM. Vimos las mismas materias, tuvimos los mismos planes de estudio pero por alguna razón, no valemos verga según el criterio de los chilangos. Tus pedos apestan más que los de ellos, tu acento es el gracioso y putísima y se casó de blanco ¡Todo lo malo pasa por culpa de los de provincia! Por supuesto, no todas las personas piensan de esa manera, pero la mayoría sí.
Y como dije, les ofrezco galletas: