miércoles, febrero 10, 2010

Centésimo vigésimo séptimo - Simulación -

Trayectoria que debe seguir mi manipulador:


Trayectoria que sigue mi manipulador:


Ha sido una noche laaaaaarga.

lunes, febrero 01, 2010

Centésimo vigésimo sexto - Papas fritas -

Saludos querido y teórico lector.
Aquí paso a saludarte ahorita que tengo un buen de tarea que no me sale y ya estoy hasta la madre, así que para distraerme, vengo a derrochar el buen gusto del que eres tan fanático.

Hace algunos días, ya a finales de mes - entiéndase por esto que me quedaba poco dinero - tenía mucha hambre y la única solución posible era prepararme algo de comer. En definitiva no soy un mal cocinero, pero ciertamente no quieres que cocine para tí. Así que revisando en el refrigerador y eliminando todo lo que ya tenía vida sobre él, encontré en el congelador unos nuggets de pollo y papas a la francesa listas para freir.

Después de leer las instrucciones cuidadosamente me dispuse a comenzar a freir esas papas. En anteriores ocasiones había fallado miserablemente en el intento, así que antes de intentarlo nuevamente revisé una o dos páginas de Internet, como esta. Debido a las tres personas que vivimos en el departamento nada más sabemos de mentadas de madre y albures, no tenemos una cacerola, así que improvisé usando un sartén. Le puse una copiosa cantidad de aceite (lo suficiente para lubricar a Optimus Prime, más o menos) y dejé que se calentara unos minutos. Cuando parecía suficiente como para freir un búfalo, me dispuse a introducir las papas.

Soy un estudiante de maestría en mecatrónica, he ganado algunos reconocimientos por mis conocimientos en química y en efecto alguna vez experimenté el tratar de mezclar agua y aceite. Con todo y todo, no sé porqué se me hizo fácil no descongelar las papas y usando una espátula con el cuidado de un neurocirujano las deposité lentamente sobre el aceite.

Podrás imaginar, querido y teórico lector la inmensa salpicada de aceite hirviendo que fue despedida en cuanto las pequeñas partículas de hielo tocaron el líquido caliente. Cientos y cientos de gotitas y no tan pequeñas salieron volando ensuciando todo a su alrededor y por supuesto, cayendo sobre mis manos, brazos y ropas.
No menos improperios se dejaron escuchar por mi elocuente tubo de ruido, mientras la consabida espátula salía disparada al soltarla fuertemente justo en el momento en el que el río de aceite caía ardiente como una lluvia de fuego sobre mi mano.

Como un reflejo salí corriendo de la cocina como si se tratara de una niña escapando del coco. La imponente lluvia de aceite siguió durante numerosos segundos, tal vez medio minuto; dejando increiblemente sucia la cocina. Al menguar el apocalipsis y con todavía un consistente ardor en mis brazos, me acerqué a ver el sartén y vi con desagrado que aunque el aceite quemaba como bastardo y que le puse suficiente aceite como para que las papas prácticamente flotaran, los desgraciados tubérculos se quedaron pegados al sartén, que resultó no tenía su característica capa de teflón. Recogí la espátula, le di una enjuagada y una prólija secada y la utilicé para mover las papas. Dos o tres de ellas se deslizaron suavemente sin quedarse pegadas, aunque volviendo a levantar la ira del Dios del aceite y salpicando nuevamente mis brazos. El resto de las papas se quedaron pegadas como si tuvieran ventosas en ellas. No con poco esfuerzo logré moverlas aunque al final parecía más puré que papas listas para freir.

Las dejé durante varios minutos, en los cuales me mantuve vigilante para evitar que se quemaran y esporádicamente trataba de voltearlas para que se frieran lo más uniformemente posible.
Al final de la operación - al parecer sólo apta para doctores en ingeniería - retiré cuidadosamente las papas y las deposité en un plato que previamente había cubierto con servilletas. La fase uno de la misión "tormenta de aceite" estaba terminada.

Conocedor de que tenía que repetir la operación al menos una vez más, me quise ver muy listo y ahora sí descongelé las papas. Ya que estaban sin rastro de hielo y según yo, secas, tomé nuevamente mi fiel espátula y nuevamente las deposité con suavidad sobre el aceite. El agua que contienen todos los vegetales funcionó ahora como llave para abrir las puertas del infierno. Todas las groserías se repitieron y el dolor se incrementó.

Mentando madres nuevamente decidí que a la próxima compro Sabritas.