sábado, octubre 27, 2007

Sexagésimo tercero - Cosas que deseo hacer antes de morir -

Esta es una pequeña lista de las cosas que deseo hacer (o que me hagan) antes de morir:

Menage à trois con gemelas japonesas.
Embriagarme tanto que al otro día no recuerde nada de lo que sucedió.
Escribir un libro
Refutar una tesis doctoral
Escuchar a una francesa decir "Basez moi" mientras lo hago
Viajar al espacio
Decirle a varios de mis profesores a la cara lo malos que fueron en sus materias.
Arrojarme del bungie.
Aventarme de un avión con paracaidas.
Pelearme a golpes con alguien por el puro placer de hacerlo.
Destruir alguna cosa cuyo valor sea superior a $1000.00 USD.
Ganar un premio Nobel.
Romperle una guitarra en la cabeza a alguien.
Robar un beso.
Que me robaran un beso
Acelerar de 0 a 100 Km/h en 5.4 segundos.
Hackear una base de datos con encriptación de 512 Mb.
Tener una calle con mi nombre
Tener un día en mi honor
Aumentar mi IQ 20 puntos.
Vengarme de los que me asaltaron x 4
Conseguir una alienware de última generación
Dejar de sentir la frustración que relaté hace algunos posts.
Escribir una carta
Partir una sandía con una katana
Comprar un automóvil de lujo y chocarlo en la primera curva.
Robarle un dulce a un niño

lunes, octubre 15, 2007

Sexagésimo segundo - In memoriam -

"The wonder of the world has gone,
I know for sure
all the wonder that I wanted
found in hell as an all becomes a part
strike to burn and the flame returns"

- "El mejor amigo es el que acaba de morir" - Nos dice Gabriel García Márquez en su popular novela "Cien años de soledad" y en una ocasión como esta, no podría estar más de acuerdo...

Mi abuelita ha fallecido. Así de fácil como lo lees, así sucedió. Después de algunas semanas de constante desmejoría, llegó al hospital en la mañana, y en la madrugada cerca de las 02:00 expiró. Desde las diez de la mañana que mi primo habló desde la ciudad de México usando un lenguaje extraordinariamente amable y poco ofensivo se nos preparaba para un desenlace triste. Hoy a las 02:12 mi primo vuelve a marcar para transmitirnos la noticia.

Con inmesurable tristeza escribo estas líneas que confío sean suficientes para parecer al menos por un segundo, un patético esbozo de un reconocimiento post mortem.

Mi abuelita había vivido una vida larga y plena. Murio sin sufrir mucho y dejó un legado que ha cambiado a muchas personas. Esto debería servirme de consuelo, pero entonces... ¿Por qué me duele tanto?

María. Ese era su nombre. Un nombre tan común como extraordinaria su bondad. Mi abuelita siempre fue mi abuelita. Nunca fue la abuela o la ruca. Era simplemente mi abuelita Mari. El diminutivo tal vez era debido a su pequeña estatura, pero yo siempre lo consideré como una muestra implícita e impertérrita de cariño hacia ella.Recuerdo con nostalgia las veces que me reía cuando tomaba su matamoscas de medio metro de largo y atacaba a un insecto en la pared estirándose totalmente y asestaba un sonoro golpe contra el desprevenido insecto. Las veces que me regañaba por ver tan cerca la televisión y cuando íbamos al mercado y le exigía me comprara alguna golosina. Evoco alegremente las noches en las que mi abuelita nos cantaba a mi hermano y a mí viejas canciones infantiles que tanta gracia nos causaban y que le pedíamos una y otra vez que repitiera.

Mi abuelita, aunque vivía a más de 500 Km de mí, siempre fue mi mejor amiga. Las temporadas cuando venía de visita alegraban la casa. Siempre preguntándome de la escuela, de mis amigos de la primaria (que fue con los que más convivió) y en los últimos años, teniendo interminables discusiones teológicas. Nunca me enojé con ella, por ninguna razón. Quiero creer que nunca le dí motivos para que se enojara conmigo.
Chapada a la antigua, mi abuelita evitaba el contacto innecesario con los artefactos de emergiente tecnología. Le costaba un trabajo colosal aprender lo necesario para encender la TV; usaba un teléfono de disco puesto que los de tonos la confundían. Creyente como pocas personas, siempre nos obligaba a asistir a misa los domingos. Recuerdo como jugaba con ella y le hacía un suave candado maestro mientras cocinaba.

Nunca se dirigió de mala manera a nadie. Nunca se refería a las personas de manera despectiva o arrogante. Siempre actuaba con una humildad acarreada desde su infancia feliz y su dura adultez. Perdiendo a su primer hijo pocos días después de nacer, superó la tristeza y tuvo dos hijos más y una hija - mi madre -. Separada de su esposo crió a sus tres hijos ella sola.Según cuenta mi madre, mi abuelita se iba a trabajar temprano como costurera. Regresaba en la noche y lo primero que hacía era lavar el uniforme de todos para que al día siguiente fueran presentables a la escuela. Ella crió a sus hijos, a los hijos de sus hijos y a los hijos de los hijos de sus hijos. Siempre procurando darnos todo cuanto le era posible. Con celeridad nos llevaba a la escuela, nos preparaba la comida, nos cantaba en la noche y jugaba con nosotros los fines de semanas. Moderna de pensamiento se aseguraba de que pasaramos un buen momento platicando con ella. Era más fácil hablar con ella de ciertas cosas que con mis padres.

Mi abuelita era una ancianita muy activa. Nunca le gustó estar sentada. Siempre realizaba cualquier actividad que pudiera ser realizada. Desde molesto quehacer hogareño hasta las reuniones en su "Club de ancianitas" donde practicaba aerobics, caminata, manualidades, etc. Trabajadora como ella sola se ganó la admiración y el respeto de todos los que llegaron a conocerla. Simpática y alegre mostraba siempre una sonrisa. Su sonrisa, acarreada por los años mostraba su boca arrugada y su dentadura pobre, en la que solo quedaban los rastros de dos dientes con su gualdo color.

Afortunadamente mi madre estuvo con ella hasta el último momento. Desde el principio de su convalecencia hasta el mismo segundo en el que dejó de existir. Imagino pero no vislumbro la sensación horrible que mi madre ha de haber sentido. Desolada, entre sollozos e imagino lágrimas interminables nos telefoneó a las 03:00 para avisarnos del descenlace de la convalecencia...
Completamente destrozada, pregunta suplicante si iremos para allá. No tanto para celebrar las exequias, sino para tener a alguién que la soporte en su dolor para evitar que se derrumbe. Mi padre y mi hermano pudieron ir. Ese mismo día a las 04:00 estaban abordando el autobus que los llevaría hasta la ciudad de México. Yo, con las obligaciones de un residente y todavía un estudiante, me limité a quedarme aquí. Abrumado por el hecho de estar consciente de que debería estar con mi madre y mis tíos. Pude haber pedido permiso... casi estoy seguro de que me lo hubieran otorgado. Pero ya he pedido demasiados y ciertamente pediré aún más. No puedo abusar de mi suerte, con la que de por sí, nunca me he llevado muy bien.

Aunque mi padre y mi hermano siempre parecían indiferentes hacia el destino último de mi antepasado favorita, la noticia los conmovió. No lo aceptará, pero afectó a mi hermano. Cuando supo la noticia lo tomó como se esperaría de una persona que trabaja en una funeraria. Pero conforme pasaron los minutos su actitud fue menguando. Comenzó tranquilo, después su semblante cambió a frustrado y luego a triste. Mi padre se sobrecogió con la noticia. Los que conocen a mi padre saben que siempre está feliz, sonriendo y sobre todo, castrando. Pero esta vez, solo se quedó callado. Mi padre ha sentido en carne propia lo que es perder a su madre y empatizando con mi madre no dijo nada. Rápidamente hicieron los preparativos para su partida a la ciudad de México. Todos nos fuimos callados, sin decirnos nada hasta la central camionera. Había un pacto implícito de silencio. Lo importante era que llegaran rápidamente con mi madre y la consolaran, la dejaran desahogarse y finalmente estar con ella.

Siempre he sido muy malo para recordar fechas. Todas las fechas de algún acontecimiento de mi vida o de la vida de alguién que me rodea debe ser anotado en mi celular con un elegante recordatorio. Sin embargo, el día de la muerte de mi abuelita no será olvidado. Y no por ser una fecha especialmente dura, sino por que mi cumpleaños llegó como un ave de mal agüero un día antes del fin de la historia. La última vez que hablé con mi abuelita fue el día de mi cumpleaños.

Mi madre me habló por teléfono para felicitarme y aprovechó para pasarme a mi abuelita. Cierta niñita recordará el incidente. Me preguntó cómo me la estaba pasando y me deseó muchos años más. Su voz se escuchaba particularmente débil y sentí como si ella estuviera soportando un silencioso dolor. Tengo la fortuna de que al menos me despedí de ella. En esa conversación, le dije que se cuidara, que se portara mal y luego le dije adiós con el tono despreocupado y carismático que diferencía mis saludos de los de las demás personas. No fue la mejor despedida, ni la más emotiva, pero ciertamente fue una despedida. Al menos, no le dije "Me traes unos tlacoyos" como últimas palabras.

Sus bisnietos crecerán y tal vez olviden que alguna vez conocieron a su abuelita Mari. Pero sus nietos, sus hijos, sus hermanos y todas las personas que alguna vez la conocieron, la trataron o se acercaron a ella la recordaremos toda la vida.

Yo no soy creyente. Soy devotamente ateo. Pero mi abuelita era católica. Creyente de Dios y de la iglesia en un grado superior al de todas las personas que haya conocido. Querido y teórico lector; si alguna vez te pasé una tarea, un examen, te expliqué un problema o te resolví una duda, si alguna vez has leído este blog y te ha hecho reir o llorar o si por una centésima de segundo alguna vez llegaste a sentir cierta simpatía por mi persona, te pido suplicante que eleves una plegaria, una oración o un rezo por mi abuelita. Si como yo, no eres creyente espero que al menos le dediques un pensamiento agradable a su memoria.Se que eso le hubiera gustado.

Terminaré este post ahora. La vida sigue y no me resta nada que decir. Escribo este post no para causar lástima, sino para poder desahogar mis pensamientos de una manera en la que no tenga que gritar y maldecir a la vida, que se lleva a las personas buenas y deja a las malas... Con el estoicismo que da el uso de frases ya prefabricadas solo me resta decir:


Descanse en paz: María Marín Hernández. La persona a la que le debo todo lo bueno que soy ahora.