viernes, octubre 23, 2009

Centésimo vigésimo primero - ¿Cuántos ingenieros?

Saludos querido y teórico lector.
Ya ni siquiera pienso disculparme por no venir antes a derrochar conocimiento y buen gusto a través de mis dedos al blog, pero es que... pues es una maestría y ¡Está cabrona! Me cae que sí.

De hecho, ahorita debería estar programando, pero en lugar de eso, estoy escribiendo esto, nada más para que no digas que soy un ojete por no escribir más seguido. Y para los que me salgan con la jalada de que programar está bien fácil... ¡Chinguen su madre, putos! No voy a programar una base de datos o un "¡Hola mundo!", yo si tengo que programar chingonerías.

Pero ese no es el punto.

Hoy quiero externar algo que sucedió el día de antier, y lo pongo aquí no porque sea muy importante, sino porque sucedió, y para que algo moderadamente interesante me suceda, está cabrón.

El miércoles en la mañana, después de una nada productiva clase de matemáticas, mis compañeros y yo regresamos al edificio de Mecatrónica, subimos al segundo piso y nos dirigimos a la sala de estudiantes de maestría, lugar en donde se encuentran nuestros cubículos. Con parsimonioso paso llegamos y encontramos la puerta cerrada, nada extraño considerando que es el lugar en donde dejamos nuestros libros, laptops, etc. Uno de mis compañeros, que llegó primero, sacó su llave y la introdujo en la chapa. La intentó girar infructuosamente.
Señalándolo como ineficiente, otro individuo utilizó su llave, repitió el procedimiento y falló miserablemente de nueva cuenta.
Al ver que dos de ellos no tenían la capacidad mental o manual para abrir una puerta, decidí que era mi turno para destacarme por lograr obtener lo que tantos habían deseado pero no consiguieron: abrir la puerta. Me acerqué, introduje mi llave y giré. Fallé al igual que todos. No me convertiría en el Rey de la maestría.

Los intentos se sucedieron uno a uno, hasta que todos los estudiantes de maestría que tenemos acceso a ese salón estábamos desconsolados por nuestra lamentable falla. Dos o tres estudiantes de doctorado se acercaron al ver el contingente de nerds afuera del salón y después de burlarse socarronamente, lo intentaron. Al fallar como todos los demás, consideraron que la mejor estrategia era ofender a la puerta, lanzándole improperios como si con ello debilitaran su fuerza de voluntad y cediera ante nuestra exigencia de entrar.

A los pocos minutos, dos doctores-investigadores se acercaron, nos preguntaron la causa de nuestro desazón y se rieron al escucharla. Uno de ellos fue a buscar "la llave maestra", que para tristeza de muchos, no tiene una calavera a la que le brillan los ojos. Es simplemente una llave similar, pero con un diente de más.
Al llegar "la maestra", el Doctor la introdujo, giró y nada sucedió. "La maestra" también había fallado.

Querido y teórico lector, quiero que por favor, visualices los patético de la imagen:

Doce ingenieros.
Dos Masters
Dos Doctores.

Y todos fuimos vencidos miserablemente por una inerte puerta de madera.

Cualquiera de nosotros pudo haber realizado una modelación matemática del giro de la llave, hacer un programa que calculara el mejor ángulo de incidencia, seleccionar el material que soportara las cargas cortantes para que la llave no se rompiera al girar, e inclusive, calcular la función de la potencia de error del modelo cinemático con respecto a la llave original. Y sin embargo, con todo eso, estábamos afuera, desolados y con risas nerviosas.

¿Cuántos ingenieros se necesitan para abrir una puerta?

Al parecer, ninguno.
Media hora más tarde, después de la inesperada falla del Doctor, el cerrajero llegó. Le tomó treinta segundos el ver la perilla, seleccionar sus ganzúas, agacharse, introducirlas, girarlas y abrir la puerta.

Le tomó dos minutos analizar la perilla y decirnos que la "combinación" de la chapa cambió porque la cerramos muy fuerte, y le tomó dos minutos más regresarla a su posición original. Probamos nuestras llaves y todas funcionaron divinamente.


Un cerrajero, que al parecer no había terminado la secundaria, nos dio una lección de eficacia, humildad y chingonería que nos hizo decir ¡NO pinches mames!
Yo tengo mucho respeto por todas aquellas personas que tienen un oficio que yo no. Por el simple hecho de que saben hacer algo que yo no. Pero, al menos todos los que me conocen, sabrán que soy un ególatra narcisista al que le gusta hablar consigo mismo puesto que se cae a toda madre, que nunca reconocería el chingonismo de alguien más mientras pueda evitarlo... pero no mamar, un cerrajero se chingó a los más chingones... Como diría Falso Profeta... ¡Eso es Maximus Vergae!

Querido y teórico lector, termino este texto aquí. Ya me voy a seguir programando, porque me tiene que ir excelentemente bien después de lo notanpior que me fue en mi clase de Señales y de lo mal me va a ir en Mecánica de Materiales y lo pésimo que me irá en matemáticas.

Au revoir.


Por cierto, ¿Notaron que no dije "simiescos compañeros"? Es que en verdad, y aunque no me agrade, todos tienen un nivel encabronado, no como la mayoría de los parásitos de la universidad.

domingo, octubre 04, 2009

Centésimo vigésimo - Se me olvidó -

No sé quién dice que el dos de octubre no se olvida. El viernes fui al centro y se me olvidó que era dos de octubre. Gran error.

Iba yo tranquilamente por la calle "República de Uruguay", completamente quitado de la pena, pero como dice el autor, con una mano en la cintura y un dedo en el culo, viendo si nadie con aspecto de asaltante se me acercaba.
En eso, mientras pendejeaba de aquí para allá, viendo todo lo que la nunca bien ponderada piratería puede ofrecerme, cuando de pronto, giro en una calle y me encuentro con una situación que casi hace que moje mis pantalones.

No sé si tú, querido y teórico lector, hayas tenido la oportunidad de ver formados a más de un centenar de granaderos, con sus imponentes escudos de acrílico, sus enormes macanas (y no se olviden de sus toletes de plástico) y sus enormes lanza granadas (de humo por supuesto). Si lo has hecho, sabrás a qué me refiero cuando digo que se siente como si tuvieras los huevos en la garganta. En especial porque yo, en mi alucine pre-recordatorio de dos de octubre, me imaginé que hubo una balacera contra unos narcos o que un avión se había caído o peor aún, que Juanito había renunciado.

Como yo no quería verme involucrado con nada que tuviera que ver con cien hombres con macanas, decidí caminar hacia donde se veía más seguro. Y como ya tenía un chingo de hambre, pues aproveché para entrar a un Burguer King que quedaba cerca. Y mientras me atascaba una Angus XT con aguacate, y casi dos litros de refresco diluído, se acerca una señorita del establecimiento y me dice que en 1o minutos cerrarán la sucursal y que no sabe a qué hora la reabrirán, así que depende de mí si me quedo o no.
Tan confundido como hambriento, le pregunto el por qué. Y me dice que es por el movimiento que hacen los estudiantes para conmemorar la matanza del 68.

¡La puta que apareó este borreguito!

¡Dos de octubre! Y yo en pleno centro, no chingues. Y luego por qué me asaltan.
Pues ya en friega, rellené mi vaso de refresco, le puse catsup a mis papas y salí rápidamente del lugar. A los pocos segundos se ve como comienzan a cerrar las cortinas metálicas de los establecimientos.
Sin pensarlo, me dirigí a la estación más próxima del metro, contando hasta los segundos que tardaban los semáforos en cambiar de color. Mientras me dirigía al metro, vi otro contigente, ahora casi del doble de tamaño, de granaderos (o como les decimos en San Luis, antimotines). Marchando con celeridad en la dirección contraria. Tal vez lo que más me sorprendió en ese instante, no fue ver el numeroso contingente, sino la cara de miedo que tenían en su mayoría. Al parecer ya sabían a qué se enfrentan.

Justamente cuando me disponía a bajar las escaleras de la estación del metro, pude escuchar cómo cientos de personas, todas jóvenes gritaban a una sóla voz la famosa porra de la Universidad Nacional Autónoma de México, y mientras esto sucedía, mucha gente, jovenes, adultos, ancianos, mujeres, niños, salían con prisa de la estación, como si fueran repelidos por un incesante miedo a lo que venía en los vagones del metro y que se esmeraba por salir en esa estación.
Mientras decidía si entraba o no, los gritos uniformes de las porras se hacían más fuertes y por el otro lado, fuera de la estación, se acercaban los gritos de lo que parecía ser otro numeroso grupo de alumnos, pero esta vez, del Politécnico Nacional.

Haciendo gala de una cobardía que yo prefiero llamar inteligencia, decidí desplazarme a pie hacia la siguiente estación del metro, que aunque no queda muy lejos, al menos estaba en la dirección contraria del punto de reunión. Ya ahí, y al notar que no se escuchaban señales de grupos ultra-extremistas determiné que era un buen momento para entrar y olvidarme del peligro que suponía quedarme a ver cómo los "estudiantes" "conmemoran" a los caídos de 1968.

Al entrar en la estación, vi con desagrado que había muchas otras personas que demostraron su cobardía inteligencia y eligieron cambiar de estación. No obstante, los vagones del metro seguían llenos de personajes que representan lo más bajo que puede caer nuestra sociedad: darketos, emos, punks, cholos, y demás fauna urbana atiborraba el metro y no dejaban subir a nadie. Lo pocos que lo intentaban eran mirados con recelo como una advertencia, después no se hacían esperar las patadas, los empujones y los insultos en el caso de que el inocente o indiferente personaje no menguara su intento de abordar el vagón que al parecer, por derecho, les pertenecía a los que iban a evocar la memoria de los fallecidos en la famosa matanza.

Casi treinta minutos después; cansado, ya sin mi vaso de refresco y con una importante necesidad de vaciar la vejiga, logré abordar al metro que me llevaría a mi destino.

Por cosas como esa es que no me gusta salir en este maldito rancho que se esmeran en llamar ciudad.

Ya ni siquiera me molestaré en cuestionar los motivos que tienen los pseudo-estudiantes para congregarse y hacer un desmadre digno de una guerra civil. Ninguno de los que ahora estudian en la universidad estaba siquiera vivo cuando sucedió. Si sus padres hubieran estado en la matanza, ellos no estarían aquí.
Pero bueno, luego por qué los matan.

Au revoir.

viernes, octubre 02, 2009

Centésimo décimo noveno - Regresando -

Saludos querido y teórico lector.
Hacía ya casi un mes que no venía a desparramar sabiduría y buen gusto a este blog, pero es que por favor, tienen que entender que estoy estudiando una maestría y tiempo es algo que no me sobra. Al igual que el dinero.

Mi aburrida vida anterior a mis estudios de posgrado tenía la ventaja de otorgarme nauseabundas cantidades de tiempo libre, aunque casi nada de emociones. Mi actual vida como estudiante de maestría no sólo no llena mi vida de emociones, sino que ahora tampoco me da tiempo para buscarlas. Entro a la escuela a las 08:00 hrs, estoy en clases hasta las 14:00 (a veces hasta las 12:00 dependiendo el día) y luego me voy a mi pequeño cubículo a hacer tarea o investigar o leer o estudiar o todas esas cosas aburridas que hace un estudiante de maestría. Como a las 15:00 voy a comer, demandante actividad cuya máxima emoción reside en escoger el platillo que degustaré o en el mejor de los casos, exigirle a la dependienta que me cambie mi taparrosca que salió premiada con una fresca de 600 ml gratis. Posteriormente regreso a mi cubículo en donde pasaré otras horas más.
Cerca de las 19:00 hrs regreso al departamento en donde me estoy quedando, me tiro en el colchón dejando que las responsabilidades se resbalen por mi exahusto cuerpo y a las 20:00 prosigo con la tarea faltante mientras disfruto futurama. A las 21:00 hrs, con religiosidad me preparo de cenar, unos emocionantes tacos o quesadillas o en su defecto un peligroso tazón de cereal.

Si tengo suerte y termino la tarea temprano (más o menos como a las 22:00 o 23:00) me voy a acostar para disfrutar un episodio de Fringe. De lo contrario, proseguiré haciendo tarea hasta que la termine o el hastío me venza y me haga ir a dormir. Al día siguiente me levanto a las 06:00 hrs para bañarme y repito lo antes mencionado.

Los fines de semana no son menos emocionanes, querido y teórico lector. Me levanto como a las 08:00 hrs, arreglo mi habitación, barro el pasillo y la sala del departamento y cuando tengo la oportunidad estudio o contiúo haciendo tarea, porque debes saber, que a diferencia de la carrera, en la maestría nunca omiten dejar tarea. Ahora que si tengo un poco de tiempo libre, voy a ver a mi tía para mendigarle un poco de dinero, ya que los geniecillos de CONACyT nada más se están haciendo pendejos y no han depositado más que pura y kilométrica verga. Es como dijo el autor, ahorita estoy viviendo a base de pan y verga, pero lo peor es que ¡El pan se acaba bien rápido!

Como puedes ver querido y teórico lector, no es que no postee porque no quiera, es simplemente que no tengo nada de qué hablar. ¿O te gustaría leer cómo resolver una ecuación en diferencias, o una distribución de esfuerzos en sólidos no uniformes, o cómo programar un macro para que haga un método de aproximación más aburrido que el canal del congreso? Perdón querido y teórico lector, pero el estar estudiando en la escuela de nerds más grande del país no me hace precisamente un ícono de la cultura bloggera.

Pero bueno, espero tener algo interesante que contar en la próxima semana, al menos espero que no sea porque otra vez fui asaltado inmisericordemente.

No obstante, te dejo este link, querido y teórico lector, si eres fan de Metal Gear Solid, de las películas fan-made, se ve interesante. En cuanto tenga tiempo la veré.


Saludos,
http://hhh.lawaloca.com/nota/metal-gear-philanthropy-la-pel-cula